1Breve paseo con Delso por el bosque y sus claros.
Tomar conciencia es tomar forma.
Henri Focillon[1]
La materia
Trabajar con determinada materia es estar atento a sus enseñanzas. Cuando se trata de gres o porcelana sabemos que este material, si acaso interesa conectar con su naturaleza íntima, no permitirá descuidos ni dará respiro. La experiencia y el conocimiento no servirán de nada si no nos acercamos con humildad, pues la materia -al tomar forma- suele castigar al engreído.
Es un distintivo de algunos artistas -los de los productos más aparatosos- intentar que la materia se plegue a sus ideas…o mejor caprichos: por ello este no puede ser su material, es mejor que escojan otro más dócil. En relación con cuestiones como éstas, escribió un texto -para presentar una exposición- el poeta, y fino ensayista, Paul Valéry. Su título es De la eminente dignidad de las artes del fuego. Comienza de esta forma tan clara: “En toda obra se unen un deseo, una idea, una acción y una materia”[2]. Para él “la nobleza de un arte, depende de la pureza del deseo del que procede y de la incertidumbre del autor en cuanto al feliz desenlace de su acción”.[3] Por ello, la inseguridad respecto al resultado de sus esfuerzos, es directamente proporcional a la virtud del artista.
Es éste un camino incierto -el diálogo con la materia- en el que no cabe imposición. Y a cambio se ofrece conocimiento, no tanto del oficio como de uno mismo, y determinación para asumir el fracaso y el riesgo: algo así como conocerse mejor a sí mismo. Y también conectar con realidades que están por encima, debajo e incluso dentro de nosotros. Para Valéry sería también conectar con la historia del planeta, pues -nos dice- la Tierra o Marte no son, después de todo más que cuerpos enfriados. Para después, acabada la pieza, sentir “nacer la idea de modelar otra distinta, sin más fin que la caricia”.[4]
El fondo
Continuamos con este acercamiento a las formas cerámicas que nos ofrece el escultor, y que ahora ya vemos más minerales y más propias: ya no es simplemente un objeto que está ahí. Propongo, en principio, acompañar al autor en uno de sus habituales paseos. Delso tiene como afición registrar fotográficamente cosas que le fascinan. Muchas veces en el paisaje más cercano al que pregunta…y este le contesta con una imagen: esta relación pregunta-respuesta es la misma cuando elabora una pieza. Puede ser desde un detalle, hasta los espacios amplios, tantas veces abiertos a una inmensidad que se pierde en el horizonte, o que se pierde entre las nubes. Compone la imagen como por puro instinto, o mejor, traduce en imagen lo que el lugar le dice: pues el lugar siempre nos habla. Y cada forma -dentro de la imagen- toma su propia significación en relación a otras formas, y colores. El lugar nos habla, pero hay que aprender a escuchar. Y, antes que nada, descubrir la elocuencia del silencio, después del sonido. Naturalidad, sencillez, simplicidad. Esta relación con las cosas, sea una imagen fotográfica o una escultura, siempre está alejada de toda acumulación artificiosa. Recordamos lo dicho por Josep María Esquirol: “Quien no perciba lo más sencillo, tampoco sentirá lo más hondo”.[1]
Me lo imagino en esos lugares que tanto le place recorrer, y que he tenido el privilegio de compartir. Ahora mira el horizonte buscando la forma: las crestas de las montañas. Distingue al árbol en el interior del bosque, al ave en el árbol, su canto en el bosque relicto. Alguien se acerca caminando por un sendero. El reconocimiento no es inmediato pero es claro: primero fue la luz, luego el trueno.
Nada puede ser sin estar en relación con ese fondo que le da significación. Pues no hay forma sin fondo, ni ser sin ese mundo que le dio forma y le dio la vida. Para así, continuamente, a lo largo de su existencia estarse haciendo.
¿Pero que hay en el fondo de ese fondo? ¿Qué relación hay con ese ser que está haciendo-se, mientras da forma a lo informe, mientras da forma cercando un espacio vacío?
El cercar
¿Cómo construye sus esculturas? Parecen -también- como que se hacen -a sí mismas- desde un interior hacia fuera. ¿Y este interior, cercado por la forma, es un interior vacío? Como esa vasija de barro (no sólo la taoísta) que tiene la utilidad de poder contenerlo todo: como la ventana, o la puerta. Valente nos muestra de qué manera sobreviene la forma: “El estado de creación es igual al wu-wei en la práctica del Tao: estado de no acción, de no interferencia, de atención suprema a los movimientos de la materia. Sólo en ese estado de retracción sobreviene la forma, no como algo impuesto a la materia, sino como epifanía natural de ésta.”[1]. Esta epifanía natural es a la que Delso quiere asistir, cuando siente que una pieza es, y sólo puede ser, así.
Este vacío, paradójicamente, no es ausencia: es receptáculo[2]. En el caso que nos ocupa, puede dar refugio al mundo. Como cuando nuestro autor enmarca un determinado paisaje con la forma de una de sus esculturas. Continuando esa relación que siempre han tenido sus obras con los elementos de la arquitectura primigenia, fundamental: la que intenta entender el mundo reduciéndolo a un espacio abarcable, que -a su vez- se relaciona con nuestro cuerpo. Que une la bóveda celeste con la construida, y ésta con la propia bóveda. Con los pies en la tierra que nos sustenta y nos da sustento. Obras que son tumba, techo, y -también- ventana y puerta. Es en esta escala, la nuestra, la humana, donde nuestra imaginación busca cobijo.
Y llegamos al final de este breve paseo. Y al igual que no hay forma sin fondo, ni corazón que no pueda contener -y alimentar- un bosque, no hay bosque sin claro. Ahora con María Zambrano:
Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca. Mas si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada.[3]
Julián Valle, Campillo de Aranda, mayo de 2021
[1] Henri Focillon, La vida de las formas y Elogio de la mano, Xarait Ediciones, Madrid, 1983, p.48.
[2] Paul Valéry, Piezas sobre arte, A. Machado Libros S.A., Madrid, 2005, p.89.
[3] Id.
[4] Ibid., p.91.
[5] Josep María Esquirol, La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana, Acantilado, Barcelona, 2018, p.16.
[6] José Ángel Valente. Obra poética, Alianza Editorial, Madrid, 1999, p. 41.
[7] Que -etimológicamente- recibe, recoge e incluso da refugio.
[8] María Zambrano, Claros del bosque, Biblioteca de Bolsillo, Barcelona, 1990, p.11.